La familia es el sistema primario encargado de dotar de una serie de valores y reglas de comportamiento a un grupo de personas que se encuentran vinculadas entre sí, cada integrante juega un rol dentro del sistema determinando así el tipo de relaciones que se van a establecer entre cada miembro. Acorde con las interacciones y funciones que se van delimitando entre los integrantes de la familia se desprenden los roles parentales, conyugales, filiales y fraternales. Por lo tanto, el cumplimiento de dichos papeles conlleva un ejercicio de responsabilidades y funciones dirigidas a cada integrante, conformando así una jerarquía acorde a las características de cada quien, tales como la edad, buscando así un equilibrio y armonía entre los elementos internos y externos a la familia (Quezada, C. & Astudillo, P., 2021).
¿A qué hace referencia el término parentalización?
Se habla de parentalización infantil cuando se le asignan tareas o responsabilidades que exceden las capacidades tanto físicas como emocionales de un menor o de una menor sin considerar factores cruciales como la etapa de desarrollo en la que se encuentre, así como los roles ideales para una sana dinámica familiar. Este fenómeno tiende a pasar desapercibido puesto que resulta propicio para mantener un equilibrio dentro del sistema; sin embargo, el hijo o la hija cumplen funciones propias de un rol parental asumiendo responsabilidades prematuras aún a costa de su bienestar y desarrollo emocional (Domínguez, C., González, D., Navarrete, D., & Zicavo, N., 2019).
Este término fue abordado por primera vez en 1967 por Salvador Minuchin y enfatiza el abandono de las necesidades emocionales y psicólogas en las/los infantes o adolescentes al tratar de cubrir las responsabilidades y expectativas depositadas por los cuidadores primarios. En la actualidad no resulta descabellado imaginar a una hija o un hijo encargado de la mayor parte de las actividades dentro del hogar, comprometido/a con el cuidado de sus hermanos/as o incluso pendiente de las necesidades de sus padres.
Existen diversos factores que ocasionan dicha distorsión en los roles, dentro de los cuales destacan las adicciones de alguno de los padres, exceso de actividades laborales, separaciones, fallecimiento de algún ser querido, etc. De igual forma, el otorgarle un papel de sostén emocional a un infante o adolescente por parte de las figuras parentales evita que éstos puedan contactar y lidiar con sus emociones propias, dificultando así la capacidad de distinguir y priorizar sus necesidades.
Se pueden destacar dos tipos de parentalización: emocional e instrumental. La primera se caracteriza por proporcionar información innecesaria y/o inapropiada a los hijos/as sobre la relación conyugal entre los padres llegando a solicitar incluso consejos, fungiendo así como sostén emocional, buscando tranquilizar a sus padres, escucharles o aconsejarles. La instrumental está caracterizada por delegar un peso adicional en las actividades propias de la etapa, como el cuidado de los hermanos o las hermanas, realizar múltiples actividades en el hogar, etc., en términos generales, los y las menores se encargan de desempeñar funciones propias de los adultos.
Si bien se presentan diversos efectos adversos en el crecimiento y la conformación de la identidad de un menor bajo un rol familiar inverso, es importante destacar que cuando un sistema se enfrenta a un cambio repentino que requiere un proceso de adaptación, es decir, es temporal, los efectos son reducidos e incluso puede distinguirse cierta tolerancia a las nuevas tareas, ya sea porque son asignadas por un miembro en particular o porque el o la menor decidió asumir este papel.
¿Cuáles son las consecuencias?
A pesar de que el niño, niña o adolescente aparentemente pueda cumplir con las asignaciones impuestas por sus cuidadores, es trascendental recordar que la etapa de su ciclo de vida no corresponde con las exigencias que conlleva adjudicarse tareas propias de la adultez, por lo tanto, la toma de decisiones y la ejecución de las mismas van a resultar alejadas a los resultados que se obtendrían si estas fueran ejecutadas por un adulto con la madurez física y psicológica para cumplirlas, es por eso que se generan sentimientos de insatisfacción y culpa debido a una percepción de insuficiencia. En adición, la búsqueda de la identidad característica de la infancia y adolescencia se ve permeada, evadiendo así el reconocimiento de necesidades y emociones para, posteriormente, desarrollar una dificultad en establecer límites en diversos entornos e influyendo así en las relaciones personales y sociales que establecerán dichos individuos.
Con todo lo revisado previamente es importante enfatizar que una adecuada asignación de roles no se centra en evitar delegar responsabilidades a los hijos o hijas, más bien, estas deben estar encaminadas a la búsqueda de su crecimiento acorde con su etapa de desarrollo, es decir, sin asignarles actividades que bloqueen o que no faciliten la adquisición de habilidades y destrezas propias de su edad. Para ello, el establecimiento claro y oportuno de límites resulta esencial en la búsqueda de una adecuada y saludable dinámica familiar.
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